Adiós pequeños

El que se ve a la derecha es Toby. Era Toby. El único marrón de la camada. Se volvía tan loco a la hora del biberón que teníamos que sujetarle la cabeza para que encontrase la tetina. Pero cuando se enganchaba, se ponía de pie y no había forma de que la soltara. El de al lado era ‘El de la mancha en la boca’: el único reconocible entre los 4 negros, todos iguales.
Gordo, Aristócrata, El Blanco (un superviviente entre los 3 hermanos blanquitos, al que un día dimos por muerto pero que resucitó y luchó con fuerza hasta el final).  Ninguno tenía nombre, quizás porque todos intuíamos lo que podía llegar a pasar, pero todos tenían mote. Y todos eran diferentes… Unos tímidos, como con ganas de pasar desapercibidos… Otros escandalosos y gritones…

Me he estado pensando mucho si escribía este post; lo que empezó como una experiencia ilusionante, por lo inesperado de la situación, por el reto de criar a una madre enormemente debilitada y a sus 11 cachorros, ha acabado convirtiéndose en un drama.   De hecho, éste es el tercer borrador que hago… El primero hablaba de tristeza y miedo ante un final que aún nos resistíamos a aceptar. El segundo lo escribí tras una sesión de biberón completamente frustrante: sólo quedaban 3 y se negaban a comer. Todo él destilaba rabia e impotencia, e incluso le puse fecha. No me equivoqué de mucho.
Pero esos sentimientos eran sólo míos, escribía para desahogarme. Hoy están todos muertos y cada uno de nosotros lo está asumiendo como puede.  Esta es la historia de sus cortas vidas.

 

A los 3 días tras el parto, Leia casi no comía y estaba perdiendo peso a ojos vista. La llevamos de nuevo al veterinario: analítica completa y ecografía. Está desnutrida, anémica y tiene tos y mocos; los antibióticos le han bajado la infección pero hay algo que le está atacando al hígado; lo más probable es que sea un virus.
Si queremos salvarle la vida hay que quitarle a los bebés.

Es un viernes por la noche, pero la reacción del equipo es fenomenal. Un voluntario se ofrece a acondicionar una habitación en su casa como hospital y en 1 hora está todo montado: calefactor, humectador, bombilla de infrarrojos sobre el parque…  Pedimos voluntarios para establecer turnos de biberón (cada 4 horas) y se ofrece más gente de la que necesitamos. Mientras tanto, otros han salido ya en búsqueda de leche en polvo y biberones.

Los siguientes 3 días la casa/hospital es un no parar de gente entrando y saliendo, tanto de día como de noche. Los bebés van ganando peso y se les ve más fuertes. Ya olfatean y alguno intenta abrir los ojos.
Y de golpe todo se tuerce. Nos confirman que Leia tiene moquillo por lo que los bebés también están infectados.

Como si estuvieran esperando el diagnóstico, los cachorros empiezan a cambiar: uno hace una toma muy justita, otro parece que tose… les vemos legañas y a algunos les cuesta respirar.   La duración de las tomas se va alargando ya que al que no chupa bien lo tenemos que acabar alimentando gota a gota con una jeringuilla. Hay cachorros que, indiferentes a todo lo que pasa, se hinchan a mamar pero otros se están empezando a quedar claramente atrás. El más grande ya pesa el doble que el más pequeño.

Éste, el más pequeño, es el primero en morir. Aunque todos sabíamos que podía pasar es el primer aviso de que la cosa no va a ser fácil.
Al día siguiente muere otro cachorro; en general todos han experimentado un retroceso en su nivel de energía y las pautas de alimentación empiezan a volverse caóticas. Uno que en la última toma tragó 50 ml con fuerza, en la siguiente toma está sin fuerzas y a duras penas conseguimos que acepte 5 ml. Y viceversa, uno que ayer parecía muerto se ha recuperado y agarra la tetina con fuerza… pero como está muy débil, se duerme al poco rato.
Círculo vicioso.
Círculo perverso.

Acosamos a los veterinarios a preguntas, pero no conseguimos nada que nos tranquilice. Estamos haciendo todo lo posible para que se salven y tan sólo cabe esperar a ver cómo acaba. Lo entiendo pero no me ayuda. Y, por las caras que veo a mi alrededor, creo que las sensaciones de los otros amamantadores son similares. Algunos se consuelan entre ellos y lloran. Otros aguantan como pueden y lloran cuando están a solas. En un momento u otro, todos hemos acabado llorando.  De frustración e impotencia.

Lo siento, pequeños; lo siento mucho.
Y sí, sé que hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos para salvaros la vida pero entonces, por qué sigo pensando que os hemos fallado?

Acabo con un comentario que me hizo una voluntaria: «Lo único bueno de todo esto ha sido la cantidad de gente maravillosa que he conocido«.
Es cierto: hoy estamos todos más tristes pero el equipo ha salido reforzado y nos sentimos más cerca los unos de los otros.
Gracias Albert, Blanca, Carol, Diana, Diego, Gemma, Jordi, Joseig, Laura, Lidia, Manu, Marc, Mireille, Narelle, Neus, Sara, Sofía, Susi y Viviana por haberlo intentado.